Cuento "La ventana" Fragmento I


"No sé si comenzar por describir la habitación del hospital o las dos niñas que la ocupaban. Acaso cabe hacer ambas cosas al mismo tiempo, pues los rostros de las niñas participaban de la blancura de las paredes, las colchas de hilo y la mesita de noche que se hallaba entre las dos camas; o eran los objetos que estaban impregnados de la mortal palidez de las niñas. Parecía como si aquellas dos cabecitas estuvieran dibujadas en las almohadas o como si estuvieran hechas de la misma sustancia de la habitación del hospital.
Sus nombres eran Marta y Juanita. No dudéis de que aquellas dos niñas eran más bonitas que las demás niñas. Quizá su belleza era prestada, pues se sabe que la proximidad de la muerte, que a los viejos afea, embellece a las niñas.
Marta había nacido con el corazón cansado, una enfermedad que aún no tenía un nombre, pero que los médicos echaron en el saco de las "esclerosis". Eso poco importa. El caso es que los médicos la mantenían viva con inyecciones diarias, masajes y corrientes eléctricas.
Pero la vida de Marta dependía sobre todo de un frasquito de píldoras que estaba siempre sobre la mesita de noche. Cuando notaba que se le paraba el corazón, tenía que andar lista para echarse a la boca una píldora de aquéllas. Resultaba engorroso, pero vivir era lo principal. Únicamente aquel frasquito con píldoras encarnadas y un libro de cuentos lleno de color, cobraban alguna realidad en aquel universo inconsistente.
A Juanita, en cambio, no le importaba morir. Nadie sabe lo que es notar que el mal te va trepando poco a poco por las piernas. Es como si te fueras hundiendo despacito en arenas movedizas. La parálisis ya le llegaba a la cintura y hoy por hoy, no había forma de detener el proceso criminal en aquel cuerpecito desválido. Juanita tenía cerrado el horizonte, como se dice.
La noche que trajeron a Juanita, Marta dormía. Juanita se despertó muy temprano. El dolor de huesos no le permitía dormir largo tiempo. Además, ya entraba la luz por la ventana."

Continuará....